El 27 de enero de 1923, en pleno invierno y bajo la nieve, un pequeño partido de extrema derecha hizo su presentación en sociedad. En Múnich, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei llevó adelante un mitin. Apenas un puñado se reunió para el acto, en el que habló el líder del partido, un cabo veterano de la Primera Guerra, de 33 años. Una foto lo muestra, sombrero en mano, como si su alocución fuera ante una multitud. Se lo ve como si gritara, y atrás suyo apenas se distingue a nueve personas. Diez años y tres días más tarde, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán llegaría al poder con el nombramiento del cabo como canciller. En ese 1923 de la aparición del nazismo, Adolf Hitler trató de hacerse del poder a través de un golpe de Estado.
El cabo informante
La derrota alemana en la Primera Guerra cambió el mapa de Europa: cayó la monarquía y comenzó un sistema republicano. Al socio alemán en la Gran Guerra le fue peor: el Imperio Austro-Húngaro directamente se desmembró. Encima, la Revolución Rusa presagiaba una oleada roja. Para un soldado nacionalista como Hitler era demasiado. Ya destacaba por sus ideas de derecha y un antisemitismo indisimulable cuando fue convocado al Departamento de Información, el área de Inteligencia del Ejército, al mando del capitán Karl Mayr. Para fines de mayo de 1919, el nombre de Hitler figuraba en una lista de informantes.
Un grupo de potenciales colaboradores del Departamento fue enviado a la Universidad de Múnich para cursos sobre historia de Alemania y política. El profesor Karl Alexander von Müller informó a Mayr de las dotes retóricas de uno de los alumnos en una discusión en la que el estudiante defenestraba a los judíos. Más tarde, Hitler fue enviado a un curso en Lechfeld, donde sus diatribas antisemitas fueron notoriamente furiosas.
Los oficiales al mando de Mayr debían concurrir a actos políticos e informar a la superioridad. El 12 de septiembre de 1919, el cabo Hitler se apersonó en una reunión del Partido de los Trabajadores Alemanes, en Múnich. Era un grupúsculo de ultraderecha y Hitler no dudó en intervenir en la discusión, lo que llamó la atención del líder partidario, Anton Drexler. A fin de mes, ya era el afiliado 555 del partido, aunque más tarde diría que su número de carnet era el 7.
«Tambor»
El histrionismo de Hitler, patente en los discursos filmados durante su régimen totalitario, se vio por primera vez en los actos de la extrema derecha. Sus alocuciones se volvieron el plato fuerte de los encuentros, no tanto por lo que decía, sino por cómo lo decía. Así fue como, con el correr de los meses, y mientras informaba a Mayr, comenzó a disputar el liderazgo de Drexler. Para entonces empezó a tomar forma un concepto esgrimido por el pastor liberal Friedrich Naumann a fines del siglo XIX: el nacionalsocialismo, opuesto al internacionalismo marxista. La ciudad de Trautenau (en la actual República Checa) fue la cuna del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, que se terminaría fusionando con el Partido de los Trabajadores Alemanes para, bajo el liderazgo de Hitler, dar origen al Partido Nazi.
Los actos del primigenio nazismo reunieron cada vez más gente con el correr de los meses, con un Hitler convertido en figura principal y proclamando que el verdadero socialismo era antisemita. La derecha extrema estaba horrorizada por la deriva tras la derrota en la guerra, con la economía alemana devastada por la hiperinflación y las condiciones impuestas por el Tratado de Versalles. A eso se sumaba el desprecio que les inspiraba la socialdemocracia al frente de la República de Weimar. Más su terror al comunismo, con la breve experiencia de la República Soviética de Baviera en abril de 1919. La capital de Baviera es Múnich, la cuna del nazismo.
Hitler y su grupo fueron ajenos a un intento de golpe de Estado liderado por Wolfgang Kapp en marzo de 1920. Sin embargo, el futuro dictador fue enviado por Mayr para informar al golpista sobre la situación en Baviera. A fines de ese mes, Hitler dejó de reportar al Departamento de Información.
El 3 de febrero de 1921, el nazismo alquiló la sala del Circus Krone, una de las más grandes de Múnich. Fue el salto de popularidad para Hitler, que habló ante una multitud más grande que la que reunía en cervecerías. Ese año se iniciaron gestiones para una fusión con el Partido Socialista de Alemania, también de extrema derecha. La interna de esos meses llevó a Hitler a renunciar al Partido de los Trabajadores Alemanes, lo cual era un duro golpe para esa fuerza. Lo convencieron de volver a cambio del poder absoluto, que derivó en la reforma del estatuto del flamante Partido Nazi, que convirtió a Hitler en un líder dictatorial.
Para entonces, Hitler se definía como un agitador y se hizo conocido por el apodo de “Tambor” (El tambor de hojalata, de Günter Grass, acaso la gran novela alemana de posguerra, juega en su título con esa idea), al tiempo que conseguía la formación de un brazo armado, lo que serían las SA, al mando de Ernst Röhm. Las SA aparecieron por primera vez en un acto en agosto de 1922, en el que Hitler denunció al “bolchevismo judío” y se convirtieron en una fuerza de choque. En octubre, Hitler quedó impresionado por la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini.
Preparativos de un golpe
A comienzos de 1923 se produjo la crisis del Ruhr, un hecho clave de la primera posguerra, que llevó a que Hitler frenara sus andanadas contra el gobierno central. Alemania se retrasó en el pago de las indemnizaciones de guerra. Entonces, Francia y Bélgica ocuparon la región del Ruhr para garantizar la provisión de carbón alemán. Un nacionalismo extremo, afín al discurso hitleriano, recorrió toda Alemania. La ocupación duró hasta agosto de 1925 y marcó la ligazón de Hitler con su socio en el putsch de noviembre: el general Erich Ludendorff, héroe de guerra y referente para los ultraderechistas. El nexo lo hizo un joven que escalaría alto en el régimen nazi, Rudolf Hess.
El 1º de mayo, Hitler fracasó en su intento de evitar el acto de la izquierda en Múnich por el Día de Trabajador, y tampoco logró armas de un grupo militar, ante el temor de que motorizara un golpe ese día. Matizó su derrota con un gran acto en el Circus Krone esa noche.
A fines de septiembre estalló la crisis que derivó en el putsch. En medio de una grave situación económica, el gobierno bávaro decidió acatar las disposiciones del Tratado de Versalles y se nombró un triunvirato encabezado por Gustav von Kahr, una virtual administración de facto que, entre otras cosas, limitó las actividades del nazismo, ya en plan golpista, en especial por la presión de las SA. Los otros triunviros eran Otto von Lossow, al frente del Ejército, y Hans von Seisser, que quedó al mando de la policía.
En rigor, la derecha alemana tenía sus planes, y en ellos no entraban ni Hitler ni Ludendorff. La idea era promover un golpe en Berlín para tener un nuevo gobierno, del cual podría formar parte Kahr. Para Hitler se acababa el tiempo y todo se reducía a una interna de la derecha. Si no actuaba rápido, quedaría fuera del juego. Para eso necesitaba sumar regimientos del Ejército. Y tender puentes con Kahr, que se negó a una reunión el 7 de noviembre. Hitler decidió quemar las naves al día siguiente.
El lugar elegido por los conspiradores que prescindían de Hitler fue la Bürgerbräukeller, una cervecería de Múnich con capacidad para unas 3 mil personas. Los nazis tuvieron el dato y decidieron jugar fuerte. A las 8 de la noche del 8 de noviembre de 1923 comenzó el primer acto de un drama que llevaría al mundo a la hecatombe del conflicto bélico más grande de la historia. Hitler iba a dejar de ser un simple agitador.
«La revolución alemana»
La idea de la derecha era generar una marcha sobre Berlín, al estilo de la Mussolini un año antes en Roma, para forzar la caída de la República de Weimar e instaurar una dictadura. Esa era la línea del discurso de Kahr cuando Hitler irrumpió con un grupo de hombres armados. Se subió a una silla y disparó al techo, tras lo cual anunció que estaba al frente de una revolución y que la cervecería estaba rodeada por 600 hombres. Acto seguido, anunció la destitución del gobierno bávaro.
Minutos más tarde, en una habitación contigua, el futuro Führer le dijo a Kahr, Lossow y Seisser el golpe no era contra ellos. Lo hizo acompañado por un joven llamado Herman Göring. Hitler anunció que él presidiría el nuevo gobierno con Ludendorff, mientras que los demás conjurados se repartirían el control del Ejército y la policía. Después volvió al salón, que había dejado con la amenaza de que nadie podía salir. Anunció lo acordado con Kahr y los otros, lanzó invectivas contra «el gobierno judío de Berlín» y arengó con una proclama fallida: «¡O la revolución alemana comienza esta noche o estaremos todos muertos al amanecer!» Al rato llegó Ludendorff, vestido con su uniforme imperial.
Kahr, Ludendorff y los otros líderes dieron discursos en los que anunciaron la unidad de las fuerzas de derecha, en una aceptación de los términos de Hitler. Fue el momento de apogeo para el cabo. A partir de allí, todo se desmoronó. En una reunión en otra cervecería, las SA fueron anoticiadas de lo ocurrido en la Bürgerbräukeller. Röhm y sus hombres ocuparon guarniciones militares, pero no llegaron a la central telefónica, con lo que los leales al gobierno alertaron de lo que pasaba y pidieron refuerzos.
Una cuenta de 11 millones de marcos
Hitler, enterado de que había problemas, se fue a reunir con Röhm. En su ausencia, en medio de un golpe con alto grado de improvisación, el triunvirato hizo saber al gobierno de Weimar que no se plegaba a la aventura del cabo, lo cual se difundió por radio a las tres de la mañana. Para esa hora, Múnich estaba empapelada con afiches que anunciaban a Hitler como canciller del Reich. Era la primera vez que aparecía asociado a ese cargo.
A su regreso a la cervercería, Hitler vio que no tenía apoyos. Ni siquiera había buen clima: ya se había terminado la cerveza. El dato risueño del golpe fue que, después del fracaso del putsch, el nazismo recibió una factura por 11 millones de marcos en concepto de consumiciones.
Jugado por jugado, Hitler dijo que presentaría lucha. Ludendorff propuso una movilización, quizás confiado en que habría réplicas en otras ciudades de Alemania. Dos mil hombres, casi todos armados, salieron de la cervecería al mediodía del 9 de noviembre. Hubo un choque con la policía. Murieron catorce golpistas y cuatro policías.
La crónica registra que uno de los caídos fue Erwin von Scheubner-Richter, uno de los cabecillas de la asonada. Estaba al lado de Hitler, que lamentó su muerte. O sea que el curso de la Historia habría cambiado si el balazo se desviaba unos pocos centímetros. Hitler se dislocó un hombro al caer al suelo, tal vez empujado por el cuerpo de Von Scheubner-Richter. Göring recibió un balazo en una pierna.
El golpista fracasado buscó refugio en la casa de Ernst Hanfstaengl, un enpresario que se había convertido en uno de sus primeros patrocinadores. Allí lo arrestó la policía. Había llegado a redactar una suerte de testamento político en el que ponía a su partido bajo el mando de Alfred Rosenberg, futuro jerarca del Tercer Reich. No queda claro si tuvo intenciones de suicidarse antes de ser detenido. Se lo llevaron a la prisión de Landsberg.
El juicio
En febrero de 1924 comenzó el juicio, que Hitler convirtió en una plataforma. Lo dejaron hacer su alegato, aprovechó para hacer propaganda y presionó en las sombras para no revelar el rol de Kahr, Lossow y Seisser, que se habían plegado a la conjura antes de proclamar su lealtad al gobierno legítimo y evitado el juicio.
Hitler fue juzgado con otros seis cabecillas, entre ellos, Ludendorff y Röhm. La acusación principal fue contra el «Tambor», si bien se deslindó el cargo de alta traición. El 1º de abril de 1924, Hitler y otros tres complotados recibieron cinco años de condena y una multa de 200 francos. Ludendorff fue absuelto. Röhm recibió quince meses pero de inmediato le dieron libertad condicional.
La presión de la derecha, sumada a la buena conducta de Hitler en prisión, hizo que recibiera la libertad condicional. Dejó la cárcel de Landsberg el 20 de diciembre de 1924, acompañado por Hess. De allí salió también un manuscrito que Hess se había encargado de mecanografiar: Mi Lucha.
En el poder
Con el correr de los años, la fecha del 8 de noviembre se volvió mitológica para el nazismo, ya que representó el primer escalón de su ascenso al poder. Hitler solía ir cada 8 de noviembre a la Bürgerbräukeller. En 1939, la visita fue especial: hacía dos meses que había estallado la Segunda Guerra Mundial (cinco años antes había consolidado su poder en la Noche de los Cuchillos Largos, con la purga de las SA y el asesinato de Röhm. Otro protagonista del putsch también fue ultimado aquel 30 de junio de 1934: Kahr).
Cuando la jerarquía nazi se retiró del acto , estalló una bomba que dejó siete muertos y decenas de heridos. Hitler se salvó por cuestión de minutos, en un antecedente del atentado de 1944. La investigación condujo a un carpintero de 36 años, llamado Georg Elser. Confesó tras ser torturado y lo confinaron en el campo de concentración de Dachau, donde fue ejecutado el 9 de abril de 1945. Tres semanas más tarde, el hombre que había sobrevivido a la bomba en el lugar donde iniciara su escalada se suicidó en el búnker de la cancillería en una Berlín en llamas. Casi 22 años después del putsch, Hitler se pegó un balazo con la derrota a punto de consumarse y con más de 50 millones de muertos.
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