Las primeras fiestas de la era Milei llegaron en medio de aumentos desenfrenados, a un ritmo que hace que se pierda la referencia de lo caro, lo barato, lo normal, lo escandaloso. Con libertad de precios pero no de consumo, según coinciden los testimonios relevados por Página/12. Son fiestas con una canasta navideña con incrementos de alrededor del 200 por ciento en este último año, según midió la consultora especializada en consumo minorista Focus Market, que calculó que el valor de una canasta de productos básicos para las fiestas ascendió a 36.318 pesos este año. ¿Cuáles son las estrategias con las que hoy se busca organizar, de todos modos, ese momento único de encuentro familiar en el año? Página/12 consultó a personas con distintas situaciones familiares y pensamientos políticos, también con distintas reacciones frente a los aumentos incesantes. Para todos y todas, de una u otra manera, las fiestas tendrán la marca del ajustazo.
El lujo es vulgaridad
Martín saca cuentas frente a la góndola en una cadena de supermercados de San Cristóbal. Quiere comprar «la sidra cara», esa que tiene el nombre de un año del siglo 19. La viene siguiendo, comparó incluso con los precios de Avellaneda, donde trabaja: la vio a casi 3.000 pesos en un mayorista «y antes de los aumentos estos, los más fuertes», comparte el asombro. Ahora hay una promoción pero entendió mal, pensó que era 2×1, al final esa es para otras marcas, se va enojado a otra cadena: dice que ahí, entre la tarjeta de fidelización y otros descuentos, va a quedar en cerca de 2.000. «Pasa que tengo que comprar muchas porque en casa las fiestas son numerosas y todos chupan. La verdad, si tengo que ser realista con mi sueldo y estos precios, no da. Pero trabajo todo el año y qué, ¿no me puedo dar el lujo de una sidra cara en Navidad?», (se) pregunta. Y enseguida se ríe al comprobar el tenor de su lujo: «el lujo es vulgaridad», concluye resignado.
En la división de familias la suya es la encargada de «la mesa dulce», dice que «todo es una locura», pero que se las rebuscó siguiendo una estrategia que ya le funcionó otros años: «si esperás hasta lo último, al final aparecen las ofertas, porque lo que no venden hoy se lo meten donde no les da el sol. Y más con esta malaria», aconseja. Así ya compró en esta cadena todo lo que pusieron en 2 x 1: maní con chocolate «del más rico», a cerca de 1.000 cada uno, garrapiñada a casi 600, mantecol mediano a 1.200, la lata de duraznos, «super oferta», a 800. Eso sí: lo que no incluye su estrategia, es capacidad de elección. «Acá es lo que queda, lo que no pudieron vender. Marca Cuchuflito no compro porque tampoco la pavada, pero enganchás lo que hay. Total a esa hora ya estás medio copete y nadie saborea la marca», vuelve a reírse.
Con el pan dulce sí hará una inversión en marcas y comprará los de caja, «los otros son incomibles», apunta. En el otro hipermercado, donde ya estuvo viendo precios para comparar, va a «enganchar» la oferta del segundo con 70 % de descuento, le quedarán en 3.700 pesos cada uno.
«Igual ya les dije a mis suegros que recalibremos y unos mangos les voy a pasar, ellos son jubilados, no con la mínima pero no les sobra, se encargan de la carne y es lo más loco de todo lo que aumentó», comenta. Tira algunos precios que acaba de ver en las bandejitas del sector carnicería: el pesceto, 8.000 pesos el kilo. Una lengua, ¡10.000 pesos! ¡10.000!», repite. «Están locos de toda locura», concluye.
Ensalada de aumentos
Antonia hace cola en una verdulería «barata» de Villa Urquiza; tanto, que aquí suelen venir canales de televisión a mostrar las ofertas para llenar los programas de la tarde. «Son los mejores precios porque ellos son mayoristas, traen en sus camiones directo del Mercado Central, y además como te elegís vos la mercadería, evitás que te metan el tomate o la naraja pasada, 1 o 2 en el kilo siempre cuela el verdulero», advierte, experta. Su compra semanal para dos personas «era de unos 5 mil pesos en noviembre, fue subiendo de a 500 por semana, y ahora pegó el salto, son 10 mil… o capaz más», saca cuentas mientras espera llegar a la caja con los nuevos precios que la alarmaron en los carteles.
Son las 8.30 de la mañana del sábado y acá ya mucha gente: como ella, son muchos y muchas los que vinieron hoy «a aprovechar el descuento del 40 por ciento de Cuenta DNI los fines de semana, que está hasta diciembre y no creo que siga». La promoción del Banco Provincia le permitirá un reintegro de hasta 2.500 pesos, que sumará a los 4.500 del 35% de descuento en carnicerías «para comprar carne picada, un par de bifes y no mucho más, con esta locura de precios». Su marido la llevará en auto hasta la carnicería que aplica ese descuento, porque no hay cercanas: «Aunque no lo creas, sacamos la cuenta de si nos convenía por la nafta, y sí, nos dio que sí», comparte.
Vino a comprar las cosas para la ensalada de frutas, «lo único que lamentablemente no pude anticipar, el resto tengo todo comprado desde noviembre, hasta la lengua del vitel toné congelada desde octubre, porque se sabe que la aumentan para esta fecha», se enorgullece de su organización doméstica. Lo que no pudo prever es que las compras más básicas que vino a hacer subieran de semejante manera en estos días: las naranjas, de 3 kilos por 900 a 2 kilos por 1.200, por ejemplo. Y ni hablar de lo importado: los kiwis, de 2.500 a 6.000 el kilo, «y como gran oferta». Así que habrá un cambio entre tanta planificación: «Estoy llevando solamente dos, para dar color. Porque hay que adaptarse a la realidad«, sentencia.
Antonia no lo dice, pero es fácil deducir que votó a Javier Milei. Por la determinada resignación sin reclamo de su discurso y porque habla de «lo que nos dejaron» para explicar(se) los aumentos. Ni remotamente se le ocurre relacionar los beneficios de descuentos que incluye su organizada economía doméstica, con una política de Estado pensada desde un banco público. Su capacidad de estoqueo le permitirá surfear las fiestas con la tranquilidad de pensar que se trata de un estado de cosas pasajero, o cuanto menos necesario. Claro que lo que el guardado de su alacena tiene un límite, y como dijo el Presidente, «esto recién empieza».
Angustia en góndola
Silvina también es parte de una clase media que aún siendo la gran golpeada, mantiene algunas tranquilidades: la de no pagar alquiler, por ejemplo. Aún así, su percepción de la realidad es diametralmente opuesta: «Acá cada uno pone el precio que se le canta, lo bueno es que estoy caminando como nunca en mi vida», sonríe, tras volver de hacer las compras en el chino de su barrio, Palermo. Pero en seguida se pone seria al relatar la cotidiana: «La primera sensación es de enorme angustia, siento que estamos viviendo en la ley de la selva», describe.
Pasa a dar ejemplos: «Los primeros días de esta locura tenías que ir a enganchar ‘el precio viejo’. El martes compré las hamburguesas veganas que comía siempre, que vienen por 4, a 810 pesos, para el jueves habían subido a ¡2.499! Por supuesto no las compré, entonces llevé otras hamburguesas que vienen de a 2, a 750. Además de caminar un montón, hay que estar todo el tiempo achicando el volumen de cosas, y es para la comida del día, no estás comprando en grandes cantidades. Me pone muy mal ver que cada vez compro menos, porque la pregunta es: ¿hasta dónde me voy a poder achicar?», plantea.
«Y por supuesto, me niego a comprar cosas a precios exorbitantes. No sé si es verdad que los precios van a terminar bajando porque no se compran los productos, pero mi estrategia, casi de supervivencia, es que en la medida en que puedo no comprar, no lo hago. Pero con mucha angustia por el deterioro que noto en mi vida cotidiana, en las cosas más simples, en lo del día», relata. La lista de esos «tachados de ahora en más» va desde el café en cápsulas, que en los super pasó de 2.300 pesos a oscilar entre 7.000 y 7.800, hasta un desodorante de ambientes antibacterial que saltó de 800 a 1.800. Para las fiestas, en particular, no hubo grandes tachaduras: «Invita mi hermana. Ella es abogada y está bien económicamente, me dijo que se hacía cargo de todo, puede y quiere hacerlo. Tenemos esa confianza pero me da tristeza que aparezca esta nueva realidad: que hay cosas que claramente yo ya no puedo afrontar», concluye.
Lo que no puede tachar, por su condición de celíaca, son los productos «que siempre fueron más caros, y ahora directamente son dementes». Un ejemplo entre tantos: una medialuna sin TACC -una sola- sale ahora 1.100 pesos.
El trauma de la híper
«Me acuerdo la angustia de mi mamá, que enviudó justo en coincidencia con la hiperinflación. Estuvo un año sin cobrar la pensión y vivió todo aquello cobrando la mínima de 150 pesos, todavía retengo la cifra. Aunque ella trabajaba, ese ingreso era una limosna». Analía, de Villa Crespo, no puede evitar volver a esos recuerdo al hablar de los aumentos en las compras para las fiestas, y en las compras en general.
«Me acuerdo que nos contaba que iba a la mañana a comprar leche y ya habían aumentado las cosas básicas para nosotras, que nos decía ‘no alcanza, la plata no me alcanza’, hasta la he visto llorar. Y que a mí me parecía que era una exagerada. Yo todavía no me puse a llorar comprando, pero el otro día cuando vi que todo estaba al doble de un día para el otro, y salí con dos cosas de todas las que había ido a comprar, me emocioné acordándome de eso de mi vieja», cuenta, y se vuelve a emocionar. «Mirá las vueltas de la vida, más allá de lo complejo de la relación madre – hija, recién entiendo las lágrimas de mi vieja ahora, caminando hacia una caja de un supermercado», reflexiona.
Esa memoria que se activa ante los cambios de precios sin control en un mismo día, concluye, angustia mucho: «Es un modo de vida demencial, sin ningun parámetro o referencia. Empezás a tener miedo porque sentís que estás a un paso de caer en ese pozo. Es no saber si vas a llegar, si lo que cobrás te va a alcanzar, para cuánto tiempo. Y no quiero ni pensar lo que será para el trabjador más precarizado, el que hace changas y ni siquiera sabe lo que va a cobrar. Ojalá esa gente pase las mejores fiestas posibles», desea.
More Stories
El PRO con reunión de trabajo y pataleos en la Casa Rosada | Mesa ampliada y reclamo de mayor participación en la agenda política
Un libro de Paco Durañona y el Movimiento Arraigo
La guerra o la Justicia